sábado, 14 de junio de 2008

Deshoras

-“Siempre haces un cuadro vos eh”, dice el chino mientras mira el cuadro que termina Mario.
-“Porqué no experimentas con otras cosas. Mirá las chicas, es una buena excusa para mirarlas desnudas, no?”. Dice con una risa de costado.
A Mario no le interesaba nada de eso, solo quería representar las imágenes que tenia en la cabeza pero nunca lograba estar conforme, no le parecía lo suficientemente real. Porque sus cuadros debían rezar realismo a pesar de que nunca había salido de esas cuatro paredes desde hace varios años.
Vivía solo en una casita de dos habitaciones. Una servía de estudio, la otra para dormir. Ambos cuartos poseían un ambiente lúgubre, poco iluminado, desordenado por las pocas cosas que tenía. Una cama y una mesita de luz y, en la pared de enfrente, un pequeño placard que ya pedía recambio. El estudio tenía más cosas porque allí pasaba la mayor parte del tiempo. Un atril con muchos lienzos, una mesita donde apoyaba los pinceles y demás herramientas de pintor y algunos portarretratos esparcidos por el lugar. Es curioso como podía representar esos paisajes inmensos llenos de color y espesura, sin que los haya visto antes. Las habitaciones no poseían ventanas que lograsen captar la hermosa pradera que lo rodeaba. Mario sólo salía de su estudio para comer y dormir.
El chino lo visitaba a veces, le llevaba algunos víveres, y veía en Mario un gran potencial de artista y le daba sus recomendaciones. No sabía mucho de arte pero había leído algunos libros y visitado algunas galerías y museos. Pensaba que algún día Mario sería millonario y que lo ayudaría económicamente. Se conocían de la secundaria pero nunca trabaron una verdadera amistad. Por eso Mario, en el fondo, lo detestaba. Sabía que lo iba a visitar sólo por interés, y a veces resultaba ser una gran molestia pero, al mismo tiempo, reconocía que era la única persona que lo iba a ver frecuentemente.
Mario sabía que sus cuadros transmitían algo especial pero le falta “ese” que lograría representarlo, uno que hablara por él. Pero no lo encontraba y le resultaba aun mas difícil con la presencia del chino, que con cada vez más frecuencia lo visitaba. Iba de acá para allá, le llevaba café y comida, le preguntaba cosas. Era como si estuviera lleno de ansiedad. Mario no quería echarlo para no ser grosero y se calló. Al rato el chino se fue a su casa pero al otro día volvió más animado que nunca, diciendo que había conocido a alguien con unas conexiones en una famosa galería de arte en la ciudad capital donde, por fin, Mario podría exponer sus obras.
-“Vas a poder mostrar ese cuadro que tanto te gusta, el que te llevó más tiempo”, dice el chino.
- “Ése, el del gran sol y los pastizales, nos va a ir bien”. Al escuchar esto Mario que estaba trabajando con la cabeza a gachas dijo con vehemencia:
-“¿Nos va a ir bien? No necesito tu ayuda y no necesito nada de esto”. Giró la cabeza y el chino no estaba.



(Texto narrativo a partir de imagen onírica)
Reconozco que este cuento podría haber estado mejor...

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